Los seguros: estar cuando hay que estar

Las coberturas en definitiva no dejan de ser un «ahorro» donde muchos ponen, un tercero administra para que cuando alguno de los aportantes lo precise, cuente con el beneficio contratado.

En el año 2010 dos países de América sufrieron terremotos de altísima magnitud: Haití y Chile. Al de Chile le siguió además un fortísimo tsunami. Los daños que ocasionaron ambos movimientos sísmicos fueron devastadores, tanto en víctimas fatales, como en pérdidas materiales. Probablemente incuantificables.

Chile logró reconstruir los daños materiales en el término de un año. Haití, todavía nueve años después, no puede remontar esa situación. Más allá de otras consideraciones aplicables, la gran diferencia entre ambos estuvo en que en Chile la tasa de cobertura aseguradora de patrimonios y personas era alta, en Haití en cambio, inexistente.

En Chile las compañías aseguradoras compensaron inmediatamente por los daños a sus clientes. Ese dinero generó el movimiento económico necesario para la pronta reconstrucción de edificios, infraestructura, vehículos, etc. Así como además ayudó a muchas familias que perdieron al sostén económico de su hogar pudieran cubrir sus necesidades inmediatas.

Este ejemplo, si bien extremo, muestra la función de los seguros en la sociedad. Estar cuando hay que estar. Las coberturas en definitiva no dejan de ser un “ahorro” donde muchos ponen, un tercero administra para que cuando alguno de los aportantes lo precise, cuente con el beneficio contratado. Cuando esto se traslada a nivel personal por ejemplo en el caso de una enfermedad que nos limita o por el fallecimiento del sostén económico del hogar, el seguro de vida nos brinda el respaldo necesario. Se cuenta con la cantidad de dinero acordada en un plazo perentorio que en épocas difíciles nos permitirá sobrellevar mejor la situación.

El seguro de vida brinda una respuesta individual pero de alto impacto social. Impide que los costos de un infortunio se trasladen al conjunto de la sociedad. Las sociedades desarrolladas de Estados Unidos, Europa, Japón, Corea, Canadá, Australia, Chile, sí, nuestro vecino también, tienen una alta tasa de cobertura individual, justamente porque existe conciencia del beneficio de contar con seguros de vida o patrimoniales. En nuestro país, salvo los seguros de los vehículos o el de Riesgos de Trabajo, que son obligatorios, se trata de un beneficio muy poco aprovechado que desde las compañías, los organismos reguladores, las cámaras y el Estado deberían impulsarse más fuertemente. No sólo porque se trata de una respuesta concreta en el momento oportuno, sino porque promueve el ahorro interno, genera un enorme mercado de capitales, estimula inversiones productivas y evita costos al erario público.

La cultura o conciencia aseguradora habla de una sociedad que puede anticiparse y generar defensas ante futuras fluctuaciones económicas cualquiera fueran sus causas.

Tenemos que desterrar la idea de que “a mí no me va a pasar”. A todos nos puede ocurrir. Las compañías aseguradoras desempeñamos un rol relevante, debemos concientizar a la sociedad en la importancia y necesidad de contratación de coberturas.

Afortunadamente, el Gobierno entendió que debe apoyarnos en la cruzada y actualizó una herramienta fundamental, los incentivos fiscales, que permiten desgravar de la base imponible del impuesto a las ganancias 12 mil pesos en 2019, 18 mil en 2020 y 24 mil en 2021 en concepto de prima de seguro de vida.

Estar asegurados como individuos y como sociedad, nos aleja del ejemplo de Haití y nos acerca al de Chile. Nos da la posibilidad concreta de contar con respaldo frente al hecho consumado. Y esto es más importante aún en épocas de incertidumbre económica como la actual, que en períodos de bonanza.